Buscar

miércoles, 8 de octubre de 2014

Una ciudad gris

Entonces desperté, en esa ciudad gris, de grandes calles, de altos edificios, de amplios parques.

El cielo no era azul, estaba encapotado. No se veía el sol, tampoco había ninguna luz. Tampoco había gente, ni pájaros. Caminaba sin rumbo por las carreteras de esa ciudad, como desolada se encontraba. No sabía lo que pasaba, tampoco me importaba.

Continué, insólito, caminando, sin encontrar a nadie. A lo lejos divisé algo, parecía gente en un parque cercano a un súpermercado. Aumenté mi ritmo y me acerqué, eran jóvenes. Pero lo que encontré no era lo que me esperaba. No parecían reales, eran de un color grisáceo, apagado, aunque de carne y hueso. Me percaté de que los conocía, pues fui a saludarles. No respondieron. Entonces me vi allí, de ese color grisáceo. No sabía qué estaba pasando. Luego apareció ella, también de ese peculiar tono. Caí en la cuenta de que era un deja vú, lo había vivido.


Las figuras grises parpadeaban. No reaccionaban a los nombres, ni a los saludos, ni a los gritos. Se sentaron todos en círculo bajo un árbol en ese parque, mientras que seguían parpadeando, como hologramas. Empezaron a comer, uno de ellos sacó una bolsa de patatas fritas, otros empezaron a fumar. Caí en la cuenta, eso que estaba viendo era un recuerdo anclado en mi subconsciente. Quise acercarme a ellos, pero un dolor atroz invadía mi cuerpo, empezaba a sufrir una especie de migraña. Ante el dolor, me retiré y me fui de allí a paso rápido, luego corriendo. Bajé varias calles. Me di cuenta de que ni el sol ni las nubes se movían. Acomplejado por el miedo, llegué a la boca de un metro situado en una larga calle. Me dispuse a tomarlo, para volver a Vallecas. Al bajar las escaleras hasta el vestíbulo no vi nadie; y otra vez volvieron las figuras grises, parpadeantes. Eran dos siluetas que se estaban besando tímidamente detrás de una máquina de billetes. No reaccionaron, de nuevo, ante mi presencia. Después de tan romántico instante que apenas duró unos minutos, la silueta masculina se dio la vuelta mientras hablaba con la femenina, yendo hacia los pernos del metro. Ese pelo negro medio largo, esos pantalones, esa camiseta... Era yo, de nuevo, despidiéndose de la chica, antes de tomar rumbo a su hogar. A esa chica la conocía, hombre que si la conocía. Eran los mismos que los del parque, sin embargo, se les veía más jóvenes. Bastante mas jóvenes. Mientras se despedían empezaron a parpadear. Yo no podía oírles, y la ansiedad se apoderaba de mi. El dolor y la migraña volvieron. Cuando intentaba acercarme a ellos o a los pernos, el dolor se agudizaba hasta el extremo de no poder seguir caminando. Me retiré de la escena y volví a subir las escaleras, corriendo.

Salí afuera de la estación con nombre de planta. No me podía creer lo que estaba sucediendo. Como de una broma de mal gusto se tratase. Ante el miedo de volver por donde vine, subí la calle en línea recta, hasta acabar en una avenida. Fui por el medio de los carriles, por la carretera. Divisé a lo lejos edificios de viviendas bastante altos. Aunque, sorprendido, sentía que esas mismas palabras ya las había pronunciado. Era una sensación extraña, la misma que sientes al releer algo que ya has leído. A mitad de la carretera vi una estación de autobuses, con dos jóvenes sentados en ella, con las cabezas algo bajas. Seguí a mi ritmo mientras que observaba a los jóvenes. Uno de ellos, el chico, se lanzó a la chica de repente. Le había dado un tímido y espontáneo beso, el cual fue seguido de varios picos y achucheos. Volví a identificar las siluetas grises, y según pasaba por delante de ellas, se distorsionaban, parpadeaban. Pase por delante, sintiendo algo de dolor, pero sin acercarme demasiado. Antes de dejarlos atrás la chica había emocionado. Cuando alcé la vista al frente y volví a mirar, ya no estaban.

La agonía y la desesperación se apoderaban de mi. Me estaba volviendo loco. Pasada la estación, antes de atravesar una bocacalle, decidí sentarme en un pequeño muro de hormigón de color naranja, grisáceo. Me frotaba los ojos, empecé a llevarme las manos a la cabeza, a sentir calores, odio, rabia. No sabía que me ocurría. Cuando volví a abrir los ojos, pasaba por delante una silueta joven masculina de ya cierta edad, a ritmo tranquilo. Pasó delante mía, pero no sentí dolor alguno. Le vi pasar, entonces saludó a una chica joven alta que iba a paso lento. Llevaba unos tacones altos bastante llamativos, brillantes. Alcé la vista y vi que era ella, que el chico era yo. No se parecían en nada a las imágenes y escenas que había visto antes, más jóvenes o más inocentes, quizás las dos cosas. No parecía que hubiese buen rollo. No podía escuchar nada; y me desesperaba. Se habían saludado fríamente, y se habían dado la vuelta ambos dirección norte de la avenida, en la entrada de la bocacalle, sin muchas muestras de aprecio. La chica se sentó, agotada por los tacones. El chico reía tímidamente mientras que ella se cambiaba los tacones por unas manoletinas negras. La imagen empezó a parpadear, bastante más de lo habitual. En cuanto cerré momentáneamente los ojos, las siluetas habían desaparecido. El dolor volví a mi cuerpo, cada vez más fuerte e intento. Me llevé la mano derecha a la altura de la cadera y el abdomen. Al levantarme me sentía muy débil, cansado, derrotado. Intenté seguir la avenida, a lo lejos divisé tres siluetas, de nuevo. Parecían un chico y dos chicas. Ya me imaginaba quiénes podían ser cuando, debido al dolor, me desplomé contra el duro suelo de la acera, pasada ya la bocacalle.

Pasaron varios minutos en los que no podía ver nada. Estaba todo oscuro. Me sentía húmedo, mojado. Por fin pude abrir los ojos. Estaba lloviendo, era de noche.

Al apoyarme con mi mano derecha para levantarme me percaté que no era cemento, sino tierra, barro. Pude alzarme por fin. Me levanté a escasos metros frente a mi con una pareja joven. Todo estaba oscuro, no eran luces lo de las farolas, sino destellos. Las figuras ya no eran de color gris, eran de un color parecido al sepia. Lo que más me alegraba y me aterraba a la vez es que podía oír. Pero no captaba el sonido de manera natural. Los diálogos eran voces a lo lejos, como distorsionadas. Era una sensación que jamás había vivido antes. Las siluetas, las cuales volví a reconocer, se abrazaron bajo la lluvia. Fue el abrazo más sincero que había visto en mi vida. Ni en la realidad ni en la ficción había visto o imaginado algo igual. La voz femenina, algo aterrada repetía a la masculina, entre besos, que no la dejase jamás, entre súplicas. Ambos se intercambiaban versos, besos, promesas. Estuvieron durante varios minutos abrazados, parecían una única persona. El chico la juró amor eterno, se volvieron a besar apasionadamente, se dieron la mano y se fueron a cierta velocidad. Sus manos estaban fuertemente agarradas por ambos. No parecían que tuvieran miedo a nada ni a nadie.

Me dispuse a seguirlos cuando varias voces empezaron a bombardear mi cabeza. La migraña se pronunciaba hasta el extremo. No eran frases largas lo que oía. Eran cortas locuciones o palabras. Se repetían una y otra vez de manera distorsionada. "No me dejes nunca por favor", "te amo", "ai shiteru", "te quiero lobito", "¡idiota!", "buenas noches mi amor", "¡se acordó!", "¡wi!", "¡osuwari!". Luego vinieron las trágicas. "Te odio", "eres un cerdo", "maldito lo he visto", "me prometiste que era para siempre", "no te metas en mi vida", "déjame en paz", y la que más se repitió: "no te quiero ver en mi vida, me gusta otro". Esas voces se volvían a repetir, una y otra vez, entre risas, llantos y gritos. Unas más intensas que otras, iban calando en mi subconsciente. Empezó mi cabeza a dar vueltas, la migraña era insoportable. El dolor, inimaginable. Empecé a dar vueltas, a arrascarme la cabeza. La luz de mi alrededor empezaba a irse, se oscurecía todo. Vomité varias veces, no podía ver nada. Empezaba a cegarme, no podía aguantarme en pie. Me tambaleaba de un lado a otro, sin saber a dónde ir y sin saber qué estaba pasando.

Sin ver nada más que lo que estaba a escaso un metro de mi, una extraña silueta apareció frente a mi. No tenía color, parecía que tuviera una luz atrás. Era grande, medía unos tres metros. Presenciaba unos inquietantes ojos redondos blancos, sin iris, muy brillantes. El miedo y la desesperación se apoderaban de mi. De rodillas supliqué sin saber lo que decía. La silueta, con voz serena y lenta dijo "despierta, este juego se ha acabado para ti".


Entonces, desperté. Me encontraba en mi cuarto, mal arropado en mi cama. Estaba todo oscuro. La cadena de mi habitación marcaban las siete de la mañana. Subí la persiana hasta arriba y vi lo que tanto ansiaba: gente, vida.

Fui a desayunar con la peor cara con la que me había levantado en mi vida, al menos que yo recordase. Mi cara estaba pálida, más de lo habitual. Mis ojeras se habían pronunciado. Me sentía cansado y débil, muy débil. Iba a calentarme café de anoche, pero el estómago lo tenía cerrado. Ante la falta de apetito y con cierta ansiedad en mi interior, volví a mi cuarto, a por la cajetilla de tabaco rubio que tenía a la mitad. Fui a la terraza, con el cigarrillo entre mis labios, a encendermelo. Me senté en una silla mientras que veía a la gente ir a sus trabajos o a estudiar. Veía la vida pasar, sin pausa, sin esperar a nadie. Yo estaba allí, con la mente en blanco, con mal cuerpo, fumando ese anhelado cigarro. No sabía que había pasado.

Al poco rato, casi terminando el cigarro, mi mente empezó a funcionar. Obviamente era otra pesadilla. El mal sabor y el dolor de cabeza que me había dejado, además de mi estado físico y emocional, no lo había vivido antes. O al menos tan intensamente. No tardé en volver a pensar en el sueño, a sentir el mismo dolor que en este.

En el salón, mientras iba a mi cuarto a volver a acostarme, divisé un papel en un jarrón marrón. Por mera curiosidad, fui a meter la mano en este, para extraerlo. Al abrir el papel, doblado por la mitad, vi esa carita dibujada. Ese "smile" o cara feliz. Estaba firmado, por ella. En el papel se hallaban dos palabras que había oído repetirse en el sueño. No era coincidencia, la tortura seguía invadiéndome, en sueños o en vida. No sé cuánto tiempo más podré aguantar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...